24 de marzo – Día de la memoria por la verdad y la justicia| Por: Jaschele Burijovich / Coordinadora del Observatorio de Salud Mental y Derechos Humanos
La salud mental planta memoria para aportar a sellar para siempre la reaparición del horror
Diversos colectivos militantes desde hace muchos años han sostenido que cuando una sociedad como la nuestra ha padecido el Terrorismo de Estado, la recuperación de la memoria histórica aporta a la salud mental comunitaria. No permitir que las desapariciones y las torturas sean olvidadas es un esfuerzo por sellar e impedir que este mal radical vuelva a aparecer.
Con ese horizonte se ha trabajado en reconstruir los lazos sociales, en suturar y reparar vínculos y en aliviar los daños en la subjetividad afectada. Volver a aprender cómo se vive en comunidad después de haber sufrido el horror absoluto.
La salud mental acompaña las demandas de memorialización porque son una de las maneras en la que se reconstruye la idea de comunidad, los sentimientos de pertenencia, las identidades colectivas.
La salud mental planta memoria para cuidar, proteger y asistir a las víctimas del Terrorismo de Estado
Trabajadores/as de la salud mental asumieron durante la dictadura y luego también en democracia, una actitud solidaria muy activa con el conjunto de los afectados por la represión llevada adelante en el marco del terrorismo de Estado. Los equipos de asistencia a las víctimas que apoyaron el trabajo de los organismos de DDHH; los numerosos aportes realizados para conceptualizar y poner en palabras “lo indecible”, sobre todo en torno a lo siniestro y a la figura del desaparecido; el aporte disciplinario específico para acompañar las políticas de reparación y el enorme esfuerzo de los equipos de acompañamiento a testigos en los juicios por delitos de lesa humanidad son y, deben seguir siendo, una referencia fundamental en nuestro campo.
Durante la dictadura, fueron vaciados los espacios de atención del sufrimiento psíquico y muchísimos trabajadores de la salud mental fueron obligados a abandonar los hospitales, los servicios hospitalarios o las universidades por las persecuciones, expulsiones, secuestros y asesinatos. A pesar de estas duras condiciones, algunos profesionales de la salud mental buscaron dar respuesta al daño sufrido por los sujetos afectados y para ello generaron un ámbito para prácticas y reflexiones que dio lugar al encuentro entre la salud mental y los derechos humanos. Se trabajó, se debatió y se produjo conocimiento sobre los efectos psicosociales del terror, sobre las consecuencias del trauma político, sobre las graves secuelas generadas en los vínculos comunitarios.
La salud mental planta memoria para acompañar la reparación aun de aquello que es irreparable
No es posible la reparación total. Sin embargo, al propiciar encuentros algo del amor y la confianza se recupera. Al recordar con otros la tristeza se calma y el compartir lo íntimo del sufrimiento con una palabra acompañada ayuda a restituir un sentido de sociedad.
La salud mental planta memoria para dotar de sentido y no tributar a visiones dominantes y unívocas
Plantar memoria es hablar y volver a hablar, revisar los significados en cada nueva generación, en cada presente y con la mirada puesta en nuevos horizontes. Es buscar con compromiso una “palabra verdadera”. Hacemos memoria, construimos memoria. No es una memoria espontánea que sólo habilita el temor y la venganza. Nuestra memoria es un puente para sostener esos pisos mínimos igualitarios que nos permiten ser parte de una malla que nos cobija.
La salud mental planta memoria para comprender al padecimiento subjetivo en un contexto social e histórico
Muy lejos de entender el malestar psicológico como una patología personal, la salud mental lo entiende “como un proceso determinado por componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y sociales de toda persona. (Art. 3, Ley 26.657)”. Así abre la posibilidad de transformar el malestar en una posibilidad de construir y reconstruir otros mundos.
La buena memoria hace justicia, restablece un orden, moldea afectos y prácticas, construye concepciones diferenciadas de vida digna. Ayuda a que se puedan escuchar las voces silenciadas. Y también, recupera la historia personal, particular, íntima de cada uno/as de los/as sujetos padecientes. Se hace memoria no como una experiencia nostálgica del pasado, sino como una manera de recuperar a los/as resistentes que miran el futuro como la posibilidad de una experiencia compartida.