¿Qué implica trabajar en el campo de la salud mental?

A menudo leemos y escuchamos frases como: “para trabajar en salud mental, (y en discapacidad), se requiere amor y entrega”. También: “comprensión”, “mucha fuerza de voluntad”, “fe”, “pasión”, “entrega”, “sacrificio”, y “más amor”. También, por ejemplo: “debe ser familiar de una persona con discapacidad” o si no: “las personas que trabajan con personas especiales, son también especiales” Todo esto puede parecer sólo un error, algo que se dice por desconocimiento. Quien lo dice, parece estar repitiendo cosas que ha escuchado antes, y como no conoce (y como las propias imágenes que se generan con esas frases no invitan mucho a indagar) suena verosímil.

Pero, justamente es más que sólo un mal entendido. Es una construcción social, un discurso ideológico. Funciona como un mandato social. Como un deber ser como trabajador, como trabajadora.  Como parte de un paradigma sobre la diversidad, sobre la discapacidad y sobre la locura, que también es sobre la asignación de tareas por géneros, sobre los cuidados y sobre el trabajo comunitario. Un modelo que exige resignación e individualismo. Bueno, no: el trabajo en salud mental, y en discapacidad, tiene más gusto a transformación que a resignación.

Porque en realidad, trabajar en el ámbito de la salud mental, – y de la discapacidad- implica trabajar en un sistema fragmentado, y desigual, donde a algunos se les abre las puertas para acceder a todas las prestaciones que su certificación solicita, y otros tienen que peregrinar un laberinto de burocracia para acceder a algo de lo que la supervivencia demanda.

Trabajar en el ámbito de la salud mental y de la discapacidad, implica trabajar en un sistema que, así como injusto con las personas usuarias, precariza las condiciones de trabajo. Precariza con contratos que no brindan estabilidad, precariza con el monotributismo y la desactualización permanente, con reducciones presupuestarias, con políticas estatales que se discontinúan.

Implica trabajar en un sistema que hay que transformar.  Para dejar de ser trabajadores precarizados brindando prestaciones que tienden a promover la dependencia a personas que el sistema considera pacientes, o personas con necesidades especiales, o incapaces, o personas con retraso madurativo, o con trastornos, o con síndromes…

Trabajar en salud mental y en discapacidad debe necesariamente implicar no romantizar la desigualdad, y politizar el amor.

Trabajar en el campo de la salud mental implica abrazar necesariamente un enfoque de derechos humanos, una conducta antidiscriminatoria y una perspectiva de género. Y una preocupación por la dignidad en general. No se puede escindir el trabajo por la dignidad de algunos seres humanos y ser indiferentes a las realidades e injusticias sufridas por otros seres humanos.  Implica entender que primero viene el enfoque de derechos, y luego los saberes, los debates y los posicionamientos de las disciplinas profesionales.

Trabajar en el campo de la discapacidad, de la salud mental, significa no permitir que a determinadas personas se les reemplacen sus nombres por diagnósticos o etiquetas. Significa acompañar para que cada persona pueda narrar su historia.

Trabajar en el ámbito de la salud mental, de la discapacidad, implica muchas veces ser testigos de las más diversas formas de violencias. Significa sentir impotencia, Que se debe transformar en lucha.

Como la violencia se propaga, trabajar en estos ámbitos, de la salud mental y de la discapacidad, a veces también significa ser víctimas de violencias, a veces personal, otras veces simbólica, cultural o institucional.  Violencia sistémica de un ámbito prestacional, podríamos llamarle. Que es hora de transformar.

Implica no siempre, no todos llegar a fin de mes. Significa tener que hacer algo más, a veces no por gusto.  Significa conocer de transporte público, de trabajar en varios lados. De conocer los barrios.  Significa brindar apoyos, pero no siempre contar con apoyos

Significa acrecentar lo que algunos llaman el “gasto público”, ese que, con viejas recetas, algunos organismos internacionales reclaman recortar.

Trabajar en estos ámbitos también significa sentir el enorme placer de acompañar a personas de las que otras personas esperan poco. Y se disfruta no tanto de ver sus avances, sus logros que sortean barreras. Eso también se disfruta, pero va más allá de eso. Porque, aunque se trabaja siempre por una mejor condición de vida, eso no se debe traducir en asumir parámetros de “éxito” o “fracaso”, porque esas cuestiones de eficiencia no deberían tener lugar cuando estamos hablando de vidas humanas.

Por eso, donde hay verdadero disfrute es en el orgullo que se siente, al comprender que, con esos procesos, con esos acompañamientos, en definitiva, con el trabajo que desplegamos quienes trabajamos en el ámbito de la salud mental y de la discapacidad, estamos acompañando a personas a transformar el futuro. Estamos construyendo juntos, con las personas usuarias, un futuro en el que la idea de interdependencia y apoyos se comprenda cabalmente.

Esto no es una lista extensiva. Muchas de estas características y situaciones son individuales, pero operan de tal manera en las convicciones, que quienes las asumen necesariamente comprenden que las individualidades no cambian nada, que la salida es siempre colectiva y que la verdadera dignidad es la que se comparte con todxs.  Fundamentalmente trabajar en el ámbito de la salud mental implica comprender que más allá de las disciplinas, las profesiones o los títulos individuales, somos parte de esa clase, de ese sector conformado por trabajadoras y trabajadores.  Y eso celebramos hoy.

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