Cada 8 de marzo que se conmemora el Día Internacional de la Mujer constituye un momento que las feministas nos hemos dado como estrategia política para irrumpir con nuestras demandas y luchas específicas en el espacio público y reclamar por los derechos de las mujeres. Esta fecha, que se articula con el Paro Internacional de Mujeres, Lesbianxs, Trans, Travestis, Intersex, No Binaries y Bisexuales, ha posibilitado una organización común de nuestra agenda política que puso de relieve el carácter sistémico de la violencia machista, violencia que pretende anularnos políticamente y confinarnos al carácter de víctimas.
Con motivo de un nuevo 8M queremos politizar las violencias sobre nuestros cuerpos, tomar el paro como una herramienta que nos sitúe como sujetos políticos y como un momento para pensar la interseccionalidad y transversalidad de nuestras luchas. Incluso como un tiempo propicio para manifestar que algunas de nosotras, las mujeres internadas en hospitales neuropsiquiátricos por ejemplo, no pueden hacer paro y que el paro también debe alojar esas realidades ensanchando el campo social en el que se inscribe: reclamando contra la centralización de la atención de los padecimientos mentales en hospitales monovalentes y por la apertura de dispositivos comunitarios, reclamando para que se respeten los derechos sexuales y reproductivos o no reproductivos de las mujeres con discapacidad psicosocial, por el derecho a vivir en comunidad y a disfrutar de nuestro cuerpo.
Por el derecho a una vida sin violencia
En el último tiempo, en especial a partir de la masificación que se abrió a partir de la consigna “Ni Una Menos” desde el 2015, los feminismos han logrado colocar la problemática de la violencia de género en la agenda pública. No obstante, la situación de las mujeres que viven en los hospitales psiquiátricos no ha sido visibilizada con la dimensión que la gravedad y la urgencia que esa situación requiere.
Como lo manifestaron Solana Yoma, Soledad Buhlman y Jaschele Burijovich en una nota publicada en La Tinta de octubre de 2019, “resultan de sobra conocidos los abusos y violaciones que se producen en el internado de los hospitales psiquiátricos”. En la misma nota nuestras compañeras agregan que “la violencia hacia las mujeres en estas instituciones no es un hecho marginal y excepcional, sino que, por el contrario, se trata de prácticas cotidianas y sistemáticas”. En consecuencia, podemos afirmar que el manicomio magnifica las relaciones de poder desiguales y asimétricas y coloca a las usuarias en una situación de vulnerabilidad aún mayor.
Por otro lado, la desvalorización de la palabra de las mujeres (y más específicamente cuando éstas denuncian situaciones de violencia de género) se agrava cuando se trata de mujeres con discapacidad psicosocial ya que históricamente la locura ha sido un instrumento de subordinación. Por consiguiente, con frecuencia las violaciones y los abusos sexuales que se cometen en los hospitales neuropsiquiátricos no se investigan y quedan impunes.
Estas situaciones que describimos se agravan a causa de la emergencia sanitaria que trajo consigo la aparición del Covid-19 y que ha puesto aún más en evidencia las deficiencias en el sistema de salud mental.
Entonces, ¿cómo darle entidad al problema de la violencia de género que sufren las usuarias de los servicios de salud mental si desoímos sus voces?, ¿cómo subvertir el estigma que supone ser considerada una “loca”?, ¿cómo combatir el flagelo de la violencia en los hospitales neuropsiquiátricos si los delitos sexuales que allí se cometen quedan impunes o parecen no importar?, ¿cómo se revierten las situaciones de violencia en un escenario de continua desinversión en servicios públicos?, ¿cómo nos damos estrategias de cuidado con falta de personal o con personal precarizado?, ¿es posible cuidar también a las trabajadoras de estas instituciones en estas condiciones? Si los abusos y la violencia de género en los manicomios son moneda corriente ¿es posible seguir sosteniendo las internaciones en hospitales monovalentes como parte de una práctica que supuestamente favorece la salud mental?
En el marco de la escalada de la violencia de género que estamos atravesando también resulta necesario reclamar por la reconversión de los hospitales monovalentes, y la transformación del sistema de atención a la salud mental, a un modelo comunitario, inclusivo, fortalecido en el primer nivel de atención y con un amplio abanico de dispositivos sustitutivos al manicomio: centros de salud barriales, centros de días, casas de medio camino, programas de vida independiente, salas de salud mental integradas en los hospitales generales, programas laborales y de apoyos, etc. Un modelo de atención con perspectiva de género que atienda a las especificidades de las violencias que supone ser mujer y al mismo tiempo ser usuaria de los servicios de salud mental.
Que la violencia no sofoque el deseo
Matilda: ¿Zane está en líos?
Nicholas: Eso espero.
Matilda: No entiendo por qué Zane está en líos y yo no si ambos hicimos lo mismo.
Deberías saber que yo le pedí sexo. No especifiqué si tenía que ser bueno.
Nicholas: Me dijeron que estabas llorando y borracha y eso no es lo ideal…
Matilda: ¿Alguna vez has tenido sexo llorando o borracho?
Nicholas: No analicemos mis elecciones.
Matilda: Estoy tan confusa. Pensé que éramos positivos hacia el sexo.
Nicholas: Si lo somos. Somos positivos con el sexo pero esta situación particular es espinosa.
Matilda: No lo entiendo, no lo entiendo. ¿Puedo o no puedo tener sexo borracha?
Nicholas: Emm…Si… No lo sé
Matilda: No lloraba por estar borracha. Lloraba por Luke, ¿eso hace que lo de Zane este bien?
Nicholas: Lo siento cariño sé que necesitas normas que no sean blanco o negro pero simplemente no lo sé
Matilda: Me parece injusto que tú puedas tener sexo borracho o triste pero yo no.
¿Es porque soy una chica?, ¿es porque soy autista?, ¿o es por otra cosa que no entiendo?
Nicholas: Si, es una mierda, pero sí. La gente se pone más nerviosa cuando se trata de las chicas y el sexo.
Y si, absolutamente, tu dificultad para leer claves sociales
me provoca mucho miedo en relación a chicos cerdos intentando tocarte
Matilda: Yo funciono bien. ¡Nada de esto es justo!
Nicholas: Si, estoy de acuerdo
Matilda: Necesito un descanso
Dialogo de la serie Everything’s Gonna Be Okay (2020)
Más allá de todo lo que venimos señalando, cuando catalogamos a una población entera (las “mujeres” por ejemplo) como “vulnerable” corremos un serio riesgo: usualmente esa catalogación supone la obligación paternalista de proteger dichas poblaciones vulnerables hasta el punto que la cuestión parece reducirse a esto: existen por un lado, grupos vulnerables y por otro, aquellos con poder de protegerlos.
Esta situación se radicaliza cuando se trata de mujeres con discapacidad psicosocial, especialmente en lo que refiere a sus derechos sexuales y reproductivos o no reproductivos. Los prejuicios y estereotipos que recaen sobre las usuarias de los servicios de salud mental (infantilización, considerar su sexualidad como algo descontrolado, el prejuicio de que toda relación sexual con ellas constituye un abuso, etc.) muchas veces les impiden ejercer plenamente sus derechos y obstaculizan el acceso a la información necesaria para tomar decisiones autónomas y, en consecuencia, poder disfrutar de una vida sexual plena.
En las últimas décadas, los diversos movimientos feministas han puesto a circular masivamente tópicos imprescindibles como son los femicidios, la violencia, el abuso, el acoso… No obstante, también cabe preguntarnos ¿qué espacio queda para la experimentación sexual?, ¿qué lugar tiene el placer en este contexto que definimos sistemáticamente como peligroso?, ¿qué lugar queda para el deseo cuando el sexo asume el sentido unívoco del peligro o la prevención del peligro? -o como argumenta val flores-: “¿cómo articular prácticas atentas a las violencias sexuales sobre nuestros cuerpos sin dejar de reconocer nuestro derecho al placer y al disfrute erótico-sexual?”
El Estado argentino sostiene que el Programa Nacional de Salud Sexual y Procreación Responsable “está destinado a la población en general, sin discriminación alguna” (Art. Nº3, Ley Nacional Nº25.673). Sin embargo, en nuestro país no existe información oficial sobre la situación específica respecto a la salud sexual y reproductiva o no reproductiva de mujeres con discapacidad lo que dificulta llevar a cabo políticas públicas inclusivas y accesibles a esta población. Entonces ¿a quienes pensamos como personas legítimamente beneficiarias de derechos sexuales y reproductivos?, ¿cuáles poblaciones quedan por fuera?, ¿estos derechos funcionan del mismo modo para todas las personas?
Una pista para responder a estas preguntas la encontramos en dos campañas que lxs invitamos a explorar: una se denomina “Somos DeSeAr” realizada conjuntamente por la Red por los Derechos de las Personas con Discapacidad (REDI) y FUSA Asociación Civil y tiene por meta visibilizar las demandas de las mujeres y niñas con discapacidad en relación a sus derechos sexuales y reproductivos y poner el tema en la agenda pública para impulsar los cambios legales, políticos, sociales y culturales necesarios para garantizar el pleno cumplimiento de estos derechos. La otra se llama “Nosotras también gozamos”, fue llevada a cabo por REDI y tiene por meta derribar mitos sobre la sexualidad de las mujeres con discapacidad, así como difundir sus derechos sexuales y reproductivos y visibilizar sus incumplimientos y violaciones sistemáticas.
Ambas campañas, protagonizadas por mujeres con discapacidad comprometidas con la lucha por sus derechos sexuales y reproductivos, se encuentran disponibles en esta página. Sus títulos “Nosotras también gozamos” y “Somos DeSeAr” ya nos dan una pista de cuáles son sus demandas.
Escuchar también es una estrategia de cuidado.